La voz monótona del profesor viajaba por toda la clase sin conseguir penetrar en los cerebros de los alumnos que estaban tirados sobre las sillas con la mente vagando entre nubes. Llevaban unos cuarenta y cinco minutos de clase y aún quedaba una hora más para poder salir al pasillo.
Águeda se creía morir. En el power point se veía un video sobre la imprenta de Gutenberg y cómo había revolucionado el mundo con su invento. Tipos, xilografía, papel, papiro, chinos… Su mente vagaba. Ya internet no le suponía ningún interés: había visto todas las páginas que seguía a diario… ¡antes de que pasaran diez minutos de la insoportable clase! Cuando miró al reloj se dejó hundir aún más en su asiento.
En las paredes de la clase estaban escritas con tiza ciertas frases que, el primer día, les habían asombrado: ¡ESTÁIS MUERTOS! O también: ¡filósofos de pacotilla iros a tomar por culo! Asombroso.
Águeda miró las inscripciones, después al profesor, y luego de vuelta a las frases. Lo entendió todo. Probablemente los antiguos alumnos que habían estado en esa clase habían acabado locos y se habían comido entre ellos hasta que sólo el más fuerte había conseguido salir. Sonrió. Sí, probablemente fuera eso. Y si seguían allí mucho tiempo no dudaba en que su clase acabaría sufriendo el mismo destino.
Abrió el Word. No sabía qué escribir, pero quería escribir algo. Después de pensarlo durante unos pocos segundos, empezó un anti-cuento sobre lo que estaba ocurriendo en ese momento en su clase y se pondría a ella misma como protagonista. Sí, buena idea. Y probablemente el cuento acabara con ella misma iniciando un anti-cuento sobre una ella misma del pasado.
A lo mejor así conseguía crear un bucle infinito que la sacara de allí. Quién sabe…