Hace siglos que no escribo, lo sé. La cosa se ha complicado en estos últimos años y había dejado la literatura aparcada, pero no quiero que sea así más tiempo. ¡Reiniciamos!
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La hierba crecía, tímida, bajo los
rallos de sol con los que amanecía cada mañana. Sus pequeños y frágiles cuerpos
filamentosos se desperezaban de la larga siesta que llevaban soportando todos
aquellos meses en sus semillas. Poco a poco, y lentamente, abrían sus ojos al
nuevo mundo.
Encima de sus cabezas, las finas
hierbas podían ver como un árbol, algo diferente a los demás, se mantenía
orgulloso e inquebrantable. El sol se reflejaba en el árbol y deslumbraba a las
hierbas que crecían debajo, dando luz a un invierno extrañamente caluroso.
Pero la hierba,
al cabo de unos días de maduración, comprendió que no se trataba de un árbol al
uso. En su tronco se vería atrapado un hombre: su torso se contorneaba creando
nudos que, en realidad, formaban una figura humana. Muy quieta, con la cabeza
hacia el suelo, el árbol humano parecía contemplar y velar porque las hierbas
que estaban a sus pies crecieran sanas y salvas.
No se sabía qué
había sido antes, si el árbol o el hombre. Lo importante era que con el tiempo
habían terminado siendo uno solo. Lloviera o nevara, la paciencia de ese árbol
humano parecía infinita.
Sobre su cabeza
las ramas parecían hablar a gritos a su alrededor: pensamientos, emociones,
sentimientos, miedos y locuras huían en todas direcciones desde la punta de sus
dedos. Pero a pesar de la locura que se extendía más allá de su cabeza, el
cuerpo mantenía la calma. A pesar de todo lo que ocurría más allá, el árbol
hombre parecía decir "lo llevo bien".
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"Lo llevo bien", la obra del escultor Julio Nieto que es protagonista de este relato |
Relajante, tranquilo, como una taza de té
ResponderEliminarComo yo: ya tu sabes ;)
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