jueves, 6 de noviembre de 2014

Lo llevo bien

Hace siglos que no escribo, lo sé. La cosa se ha complicado en estos últimos años y había dejado la literatura aparcada, pero no quiero que sea así más tiempo. ¡Reiniciamos!

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La hierba crecía, tímida, bajo los rallos de sol con los que amanecía cada mañana. Sus pequeños y frágiles cuerpos filamentosos se desperezaban de la larga siesta que llevaban soportando todos aquellos meses en sus semillas. Poco a poco, y lentamente, abrían sus ojos al nuevo mundo.

Encima de sus cabezas, las finas hierbas podían ver como un árbol, algo diferente a los demás, se mantenía orgulloso e inquebrantable. El sol se reflejaba en el árbol y deslumbraba a las hierbas que crecían debajo, dando luz a un invierno extrañamente caluroso.

Pero la hierba, al cabo de unos días de maduración, comprendió que no se trataba de un árbol al uso. En su tronco se vería atrapado un hombre: su torso se contorneaba creando nudos que, en realidad, formaban una figura humana. Muy quieta, con la cabeza hacia el suelo, el árbol humano parecía contemplar y velar porque las hierbas que estaban a sus pies crecieran sanas y salvas.

No se sabía qué había sido antes, si el árbol o el hombre. Lo importante era que con el tiempo habían terminado siendo uno solo. Lloviera o nevara, la paciencia de ese árbol humano parecía infinita.


Sobre su cabeza las ramas parecían hablar a gritos a su alrededor: pensamientos, emociones, sentimientos, miedos y locuras huían en todas direcciones desde la punta de sus dedos. Pero a pesar de la locura que se extendía más allá de su cabeza, el cuerpo mantenía la calma. A pesar de todo lo que ocurría más allá, el árbol hombre parecía decir "lo llevo bien".

"Lo llevo bien", la obra del escultor Julio Nieto que es protagonista de este relato

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