El hombre se agachó y agarró el aerógrafo. Sabía que no debía darse la vuelta o vería todo aquello que le daba tantísimo miedo y le hacía revolverse el estómago. Con los años lo había aprendido a asimilar, a tomar como suyo, y había aprendido trucos para desconectarse de la realidad y dejar de verlo.
En un lienzo en blanco comenzó a dibujarlo todo: todas las ideas que se le pasaban por delante, todas las imágenes que él sabía que eran horrorosas pero formaban parte de su realidad, todo. Los espectadores que veían sus cuatros, muchas veces se quedaban maravillados por tan grotesco espectáculo, especulando sobre la capacidad de Giger de plasmar una bio-mecánica realidad que recordaba muchas veces a escenas pornográficas.
Se podría decir, pensó él, que había nacido con ese don. Poco a poco se le había ido desarrollando, y a sus setenta años vivía en el mundo surrealista que tanto dibujaba y que tanto le aterraba. Sabía que estaba en su imaginación, que no era real, que más que probablemente estaba loco, pero que él, y sólo él, era el rey de ese mundo pervertido.
Le gustaba dibujar en su estudio, en grandes lienzos para que no se le escaparan detalles por los laterales. En la caja de pinturas, los colores grises, negros y verdosos estaban otra vez casi agotados, mientras que los rojos, amarillos y rosados apenas habían sido tocados.
Sus figuras biomecanoides le susurraron desde el otro lado del lienzo.
-¿Por qué no vienes con nosotras? –dijeron al unísono todas ellas. Sus voces eran como gritos de niños, como cadenas siendo arrastradas. Roncas, profundas, pero a la vez agudas y terrible.
-Sabéis que no voy a ir –respondió centrándose en su obra.
-No puedes escapar de nosotros… lo sabes –rieron ellas. Todo pareció congelarse durante los segundos que duró esa risa, como si un demonio silencioso hubiese pulsado la teca de stop.
-Sí que puedo escapar de las visiones… -dejó el pincel en agua y sacó de su bolsillo una bolsa con cocaína. Las biomecanoides lanzaron un grito desgarrador.
-Sabes que eso te acabará matando –susurraron como serpientes intentando disuadirlo.
-Lo sé. Pero si no me acaba matando esto, lo haréis vosotras mostrándome vuestro mundo.
-¡Estas solo, solo solo solo solo solo! ¡Nadie te quiere, eres un bicho raro! ¡Todos te temen! –gritaron ellas acercándose amenazadoramente. Giger no se movió del sitio mientras colocaba la droga en fila por una mesa de cristal.
Dejó que la cocaína entrara a su cuerpo y las visiones perdieron fuerza mientras se difuminaban.
Mi pequeño cuentito sobre Giger, ese gran artista suizo que es capaz de plasmar el miedo y la fascinación a la misma vez en un lienzo, creador de la figura de Alien el octavo pasajero.
Entrenamiento de cuento propuesto por Yarko, así que dedicado para él.
Azufre, ya sabes que me gusta mucho cómo escribes, aunque los temas elegidos no suelen ser mis favoritos.
ResponderEliminarHas probado ya entrar en algún concurso?
No, que va XD Me da demasiado miedo la gran posibilidad de fracaso que presentarse a un concurso supone :S
ResponderEliminarMe encanta H.R. Giger y M.C Escher!
ResponderEliminarMuy buen relato :)
Cada vez me dejas más boquiabierta!
ResponderEliminarperfecto!
un besito!