Había una vez, una niña que, aunque era mayor, seguía siendo una niña.
En su jardín, una buena mañana, encontró un pajarito que se estaba muriendo. Tenía los ojitos cerrados y le costaba respirar, y la niña no tan niña decidió recogerlo para curarlo. Así pasó un día entero, dándole de comer y llenándole el buche con una jeringuilla para que el pobre pajarito tuviera siempre la barriguita llena y así se curara mejor y más rápido.
Pero el pajarito no mejoraba. Cuando llegó la noche, lo arropó con todo lo que pudo y rezó para que sobreviviera. Apenas pudo dormir, pues se sentía desdichada por el sufrimiento de aquel animalito que había recogido.
A la mañana siguiente, lo primero que hizo fue ir a verlo y comprobar que, aunque más débil, seguía con vida. Lo volvió a alimentar y se fue.
Volvió apenas 4 horas más tarde para volver a darle de comer y seguir con su recuperación. Pero cuando miró la jaula se dio cuenta de que algo no andaba bien: el pajarito había andado un par de pasitos y se había caído encima del bebedero que le había puesto la niña no tan niña.
Lo cogió entre sus brazos. Le abrió la boca y comprobó que no había digerido la comida anterior. Se le encogió el corazón sabiendo que el final se encontraba cerca.
Se levantó y dejó al pajarito en el suelo, al sol. El pajarito abrió por última vez los ojitos, miró a la niña no tan niña con eterno agradecimiento, y luego cerró los ojos para no volverlos a abrir nunca más.
La niña estuvo sentada a su lado, bajo el sol, media hora más. Sabía lo que había pasado: a pesar de sus esfuerzos, no había conseguido curar al pajarito. Pero, en cierta manera, por la última mirada que le había regalado el animalito, ella supo que sus últimos días no habían sido desdichados.
Al contrario: le había dado tiempo de ser feliz una última vez en su vida. Y eso, desde el cielo de los pájaros, se lo agradeció.
Creo que es lo primero auto-biográfico 100% que escribo aquí.
Este cuento me ha gustado bastante, de alguna manera siempre me ha gustado pensar que los animales tiene sentimientos y no solo instintos como dicen, es bastante frustrante cuando tienes una mascota o vez un animalito morir y no puedes ayudarlo. En mi caso tengo cierta debilidad por los animalitos (por algún motivo no suelo sentirlo por las personas), por ejemplo si un perro está cruzando una calle y veo un auto en su dirección me preocupa mucho.
ResponderEliminarGracias por la historia.
Gracias a ti por leerlo, Anónimo!
ResponderEliminarYo tengo especial cariño a los pajaritos. En verano se calló en mi jardín un mirlo de apenas un par de días, y estuve todo el tiempo cuidándolo y dándole de comer, calentándolo. ¡Incluso le enseñé a cazar gusanos en la tierra y a volar!
Estuvo conmigo 3 meses. Un día fui a cambiarle la jaula y se me escapó XD Pero bueno, fue a vivir su feliz vida de mirlo.
Qué bonito! Me ha encantado.
ResponderEliminarAy, Águeda... Ay. Qué triste, nostálgico. Cargado de sentimiento y pena. Al menos, sus últimos días los pasó entre tus manos: un hogar, con techo, comida y agua. Ese alma te estará agradecida siempre.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es precioso.
ResponderEliminarMe da mucha pena que el pajarito no haya logrado sobrevivir pero, como tú decías, al menos pasó sus últimos días acompañado. Dicen que no hay mayor tristeza que morir en soledad, y creo que incluso aquel pajarito te lo agradeció infinitamente.
Sigue así. Saludos.